Sin lugar a dudas, ayer vivimos un momento de tensión política de los más destacables de esta década que recién comienza. Hubo de todo para hablar: gran cantidad de ministros poniendo su renuncia a disposición del presidente, una diputada ultra-k que defenestró a más no poder a su par oficialista, llegó a suceder incluso una advertencia de un allegado al Papa, diciendo que al presidente le queda poco tiempo para volver a “encaminar” a la Nación.

Lo que todos notamos, es una grieta dentro de otra grieta, en donde la situación se agravó completamente. Antes, y a modo de pre-aviso, lo vimos en la concepción de las PASO con el conflicto en Juntos por el Cambio por el encabezamiento de listas que tenían el foco entre Bullrich, Vidal y Larreta. Ahora ya tenemos el combo completo con la separación de bandos dentro del Frente de Todos, con Alberto, Cafiero y Guzmán por un lado, casi desolados entre la pampa y la vía, y Cristina con todo el resto de su séquito de seguidores puestos a dedos por su propia opinión y no por la del presidente electo. 

Esto tiene un carácter completo de golpe interno y a la vez de pan y circo. Una estratagema por parte de la vice-presidente para poner a Alberto como foco del problema y así sacarse el peso del fracaso. El kirchnerismo busca separarse del albertismo para así no manchar aún más su imagen y que no se pierda la idea de un Máximo 2023. ¿Con qué otro motivo se legitiman los ataques de un gobierno contra sí mismo (contra integrantes específicos, y en especial con su figura máxima, el presidente)?

Podemos concertar en que está todo armado para que la dinastía K siga, no importa cómo, ni a costa de quién, pero siempre se buscará un chivo expiatorio para culpar por el fracaso de sus propias medidas, siendo fiel al clásico modelo populista, Macri con Cristina, Alberto con Macri, Cristina con Alberto. El panorama no es bueno, pero eso sólo refuerza el compromiso de cara a noviembre para decirle “basta” a todos.